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Exodo y hambre en el norte de Haití tras el impacto de los ciclones

Nacion.com
Por Daphné Benoit 05:31 PM

Dos argentinos pertenecientes a la fuerza de paz de la ONU socorren a una mujer en un centro de distribución de alimentos en Gonaives, Haití.


L’Estere, Haití. (AFP). "Cuando nos despertamos nos miramos a los ojos: no hay nada para comer". En la maltrecha ruta del norte de Haití que lleva a la destrozada ciudad de Gonaives, exiliados errantes y habitantes con los pies en el agua padecen hambre en medio de la tierra abnegada.

Poco después de la ciudad costera de Saint-Marc (norte), hinchada por las lluvias violentas vertidas por el huracán Ike en la mañana del domingo, un río fuera de su curso casi sobrepasa el nivel del puente que la atraviesa.

"El martes el agua había comenzado a bajar pero remontó esta mañana. Y nosotros tenemos hambre: ¡mira!", desafía Nicolas Jean-Charles, en una localidad vecina, levantando su camiseta y señalando su vientre escuálido.

A su alrededor, casas con paredes de adobe peligrosamente inclinadas se encuentran inmersas en 50 centímetros de agua cenagosa rodeadas de campos con maíces inundados.

Ni el cementerio de la pequeña villa se salva. Las tumbas emergen fantasmales del agua turbia.

Más lejos, en el villorrio de L'Estere, en medio de un mercado ambulante, dos automóviles y unas cabras, una pequeña muchedumbre ansiosa se forma alrededor de un camión cisterna amarillo de la cooperativa agrícola local que llegó para distribuir agua potable. Decenas de personas se arremolinan y se atropellan para obtener algo del líquido en una miríada de baldes.

A unos kilómetros de allí, dos buses escolares se alabean delante de un edificio abandonado a la suerte de las bandadas de hombres desolados que vienen del Norte, particularmente de Gonaives, castigada por los huracanes Hanna y Gustav que dejaron tras su paso más de 570 muertos.

"Seremos unos 300. Yo estoy aquí desde el miércoles. Nadie se ocupa de nosotros, no hay agua ni comida. Es sólo un refugio", explica Denis Sanson, de 24 años con el rostro compungido, rodeado de una veintena de adolescentes.

Escapó de Gonaives donde el nivel del agua alcanzó hasta cinco metros después de ser golpeado por Hanna. Pero sus parientes están allí todavía.

"Pude hablar por teléfono con mi padre esta mañana, me dijo que no podía salir por la lluvia y por el viento", manifestó preocupado.

Detrás suyo, una docena de refugiados, con los bultos en la mano, se precipitan sobre una furgoneta roja.

"Voy a L'Estere", responde uno de ellos. "¿Por qué? Porque no puedo hacer otra cosa. ¿Sabes lo que pasó en Gonaives?", interroga el hombre antes de subir con su pequeño hijo y una minúscula valija en la mano.

Media hora más adelante hacia el norte: callejón sin salida. El camino hacia Gonaives desaparece brutalmente tapado por un lago inmenso de color sepia. En el horizonte, por encima de la ciudad amenazada por las aguas, se adivina la lluvia que se acerca.

"Es cuatro veces peor que Jeanne (la tempestad que provocó la pérdida de 3.000 vidas en 2004), el agua no avanzaba hasta allí. Y esto todavía aumentó esta noche", explica Pierre-Luis Nerilan, que da refugio en su casa a cuatro familias vecinas cuyas casas han sido devoradas por las corrientes.

"Es normal ayudar. Pero no tengo con que alimentarnos", dice, desahuciado.

Duvert Madecene, de 44 años, maldice el agua que ha provocado la desaparición de su pueblo. "¡500 casas engullidas! ¡250 bueyes!, ¡350 cabritos! Y también nuestras gallinas", se indigna.

Luc Senatus, de 30 años, suplica que alguien lo escuche, los ojos llenos de lágrimas. "Los niños se mueren de hambre, no tenemos ropa, vivimos en la montaña, la parte exterior, las piedras rodaron sobre nosotros". Y pide que este mensaje desesperado se transmita "al mundo".


AP

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