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Entre dominicanos y haitianos: ¿problemas?

Reginaldo Atanay - 9/23/2008
Listin Diario



Hay, en la conciencia colectiva dominicana, “un qué se yo”, con relación a los haitianos. Hay en eso una mezcla de pena, aberración, rencores y admiración.

Los hay entre los dominicanos que juzgan que a los haitianos, los dominicanos los discriminan. Y salen en apoyo a cualquier protesta que ellos o sus amigos hagan. También están quienes desde su niñez fueron orientados por padres, maestros y padrinos hacia el rechazo a los haitianos.

Y están quienes, con sentido humano afirman que los vecinos del oeste de La Hispaniola son humanos; hermanos de los dominicanos... y quieren que se les ayude.

El haitiano tiene una casi ilimitada capacidad de trabajo. En sus genes se mueven las fuerzas traídas desde África... y tales células se han ido fortificando desde que sus ancestros fueron trasladados a este lado del mundo a ejercer la esclavitud.

El dominicano que se formó hace tres o cuatro generaciones tiene en sus adentros las consejas que les inculcaron los mayores de que “si no te portas bien, viene el haitiano, te mete en un saco, y luego te come”.

Son consejas que crearon pedagogos e historiadores para sembrar en el colectivo dominicano aversión hacia sus coterráneos del oeste de La Hispaniola.

No obstante, hay otros factores que inciden en ese problema sociológico. Y el problema dominico-haitiano (porque no se puede negar que hay problema) hay que verlo sin pasión, analizarlo y buscar la manera de aminorar la energía negativa que desde ese punto, se esparce. Quiérase o no, hay una relación muy estrecha entre los dominicanos y los haitianos. Y ¡claro! entre ellos, hay diferencias.

Unos sienten como el otro y ambas culturas, aunque son aparentemente disímiles, tienen grande similitud. Si no es así, vaya el lector del Museo del Hombre DominicanoÖ y vea, entre otras cosas, los “altares” del vudú, que se exhiben como dominicana cosa.

El vudú, traído desde una de las partes del África, se aposentó en Haití. Y desde Haití cruzó a República DominicanaÖ y allí sentó reales. Tan bien sentadas, que cuando se brega con el sincretismo religioso, el dominicano sabe bien que Belié Belkán, en el vudú, es el arcángel Miguel. ¿Y cuántas son las devociones hacia eso? ¡Incalculables!

Algunos sectores han exteriorizado sus temores de que la cultura, la historia, la geografía, la religión, la política, la sociología haitianas están penetrando “en grande” en la consciencia nacional dominicana. Y es cierto.

Por añadidura, se sabe que la población haitiana en República Dominicana, es millonaria. Los haitianos están diseminados en todos los sectores de la vida nacional dominicana. Y crecen cada vez más.

Desde luego, hay que mirar ese fenómeno, con ojos humanos, simples, y recordar la historia. Y lo que las costumbres han traído y llevado desde distintos puntos.

Se han levantado voces temerosas denunciando que los haitianos se van apoderando de la isla toda, en procura de que sea una realidad absoluta el lema de la República de Haití de que la isla es “una e indivisible” (Balaguer, el ex presidente dominicano, trabajó ese tema en su obra “La isla al revés”).

Ha habido movimientos internacionales denunciando que en República Dominicana “esclavizan” a los haitianos, denuncia que es falsa de toda falsedad. El haitiano común y corriente que cruza el río Masacre para vivir en nuestro país es campesino, obrero, nacido y criado en círculos de miseria; de indigencia. Y como tal, se ha acomodado a vivir rudimentariamente; ése es el hábitat que se procuran tanto en los bateyes azucareros como en las zonas urbanas.

Naturalmente, hay excepciones. El haitiano es trabajador de sol a sol; su cuerpo ha crecido hecho para el trabajo rudo y duro, y en ese menester se siente a gusto, sentir ése que no es el mismo entre los dominicanos.

Quizás el lector “medio viejo” recuerde que a comienzos de la década del sesenta, el Consejo de Estado, que regía el poder público en República Dominicana, quiso motivar a los dominicanos para que una parte de ellos se ejercitara en el corte de la caña de azúcar.

Por unas pocas semanas fueron llevadas brigadas de hombres y mujeres a los cañaverales del Estado, los fines de semana, a cortar caña, cosa que sólo habían hecho -y siguen haciendo- los braceros haitianos. Participaron muchos voluntarios, pero el resultado fue negativo, pues los que hicieron el trabajo no cortaron la caña como es debido, no acomodaron los cortes como manda la práctica... y se perdió tiempo, dinero y energía, al tiempo que se decía: “E’ta vaina e’pa’lo’haitiano”.

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